El triunfo de Ollanta: sí se pudo


Gana Perú con Ollanta Humala a la cabeza ha triunfado inobjetablemente en esta segunda vuelta electoral para decidir al nuevo inquilino de Palacio de Gobierno. La lucha ha sido sin concesiones y desigual, como todos sabemos. De David contra Goliat, el Goliat de los grupos de poder, de las grandes transnacionales, de la derecha política antediluviana, del Arzobispo Cipriani con atuendo de político, del periodismo comprado y de la corrupción rediviva, todos juntos, revueltos y prohijados tras una máscara parlante llamada Keiko Fujimori, con el único deliberado propósito de impedir a cualquier precio el triunfo de Ollanta Humala y de todo lo que él representa. Pero el pueblo pudo más, los humildes de las barriadas de cartón, plástico y calamina; los siempre olvidados del campo andino y selvático, los descamisados de salario miserable, los sobreexplotados de cuello y corbata; los vilipendiados vendedores ambulantes, y hasta los clasemedieros ilustrados con dignidad; todos, absolutamente todos, han hecho posible que el guijarro político del David, despreciado por los tagarotes del capital, diera perfectamente en el blanco, derrumbando irremisiblemente la abyecta pretensión continuista del “bloque” en el poder instituido desde los infaustos años 90 con la podrida dictadura del fuji-montesinismo.

El triunfo, en este sentido, no puede ser entendido solamente como la victoria política y formal de un partido y un candidato. Es más que eso. Es la victoria de la decencia y la dignidad nacional sobre la inmoralidad y la antidemocracia. Es el triunfo de la conciencia nacional, que renace desde sus rescoldos, sobre la corrupción, la descomposición moral, la vergüenza nacional y la abyección en la que nos había hundido y desgraciado el fuji-montesinismo desde aquellos años aciagos en que desbancó al país y se ensució en la moral pública, y que no supimos arreglar cuentas (todos, individuos, organizaciones y colectivos políticos) en los gobiernos sucesivos, porque fueron gobiernos permisivos y tolerantes, como el de Toledo y el de Alan García pero en particular este último, que convivieron en el mismo tálamo ideológico y cultural y hasta se hicieron parte orgánica del carcinoma fiji-montesinista: viviendo igual, oliendo igual, pensando igual y hablando igual.

Justamente, una de las razones importantes y críticas por las que la hidra fuji-montesinista vuelve a la vida mostrando sus horribles cabezas, luego de la fuga novelesca del Shogun y su renuncia a la Presidencia vía fax, fue la supina debilidad y absoluta ausencia de voluntad política de la clase política sana o pretendidamente sana del país, de tomarle cuentas seriamente, desde el Estado y la sociedad civil, al fuji-montesinismo luego de su primera derrota. De pulverizarlo ideológica y políticamente en el sentido común de la política, en la cultura popular, en la moral ciudadana y en la mitología social. Por el contrario, se permitió su reentre en la política como si nada o muy poco hubiera pasado. Como si toda la bronca, la gran bronca donde todos nos compramos el pleito contra la dictadura mafiosa, no hubiera sino una diferencia a pañuelazos, como es la diferencia en que ahora mismo, los fuji-montesinistas, quieren convertir su segunda derrota.

Esta segunda derrota del fujimorismo, consiguientemente, no debe hacernos olvidar, ni un minuto siquiera, que existe un tema de fondo: el tema de saldar cuentas con esa época negra de la sociedad peruana. Esa noche obscura de corrupción, impudicia moral y violación de los derechos humanos, que los gobiernos de la denominada “transición democrática” no supieron enfrentar con decisión y energía, que debe ser analizada con severidad, reflexionada a profundidad, más allá de las responsabilidades legales de sus autores, y asumida con todas las implicancias política, ideológicas y culturales que ello conlleva, para que nunca más vuelva a suceder.

La victoria de Ollanta, por otro lado, apertura un nuevo escenario sociopolítico o una nueva coyuntura política que tampoco se puede dejar de tener en cuenta. Es el escenario de la esperanza por el cambio y del cambio mismo.

Los peruanos estamos más que escaldados con un modelo económico neoliberal endeble que no ha producido una “bonanza estructural”, como dice el economista Juan José Marthans, y que ha permitido que a la fecha tengamos un 30% de pobreza general, un 60% de pobreza rural, un 10% de pobreza extrema y un coeficiente de desigualdad Gini de 0,6, a pesar de la “bonanza estadística” de la que el Presidente saliente nos ha venido empachando durante todos estos años, con “perros del hortelano” incluidos. Este modelo económico que, como todos sabemos, sentimos y sufrimos, beneficia largamente sólo a determinados privilegiados sectores económicos y sociales del país, debe ser superado de alguna manera, aunque quienes hoy, antes enemigos irreconciliables de Ollanta y su propuesta programática, comienzan a tenderle la alfombra, en la no oculta intención de evitar cualquier cambio serio en el panorama económico del país. Por aquí, entonces, transita una buena parte de la esperanza que florece en la conciencia y la psicología ciudadana.

La esperanza por el cambio es una esperanza, así, que florece en la psicología y el sentido común de cualquier ciudadano de a pie. La esperanza de que muchas cosas nuevas están por suceder y que en este suceder, todos, absolutamente todos, tenemos un papel que cumplir y una responsabilidad que asumir, que deseamos no se trunque. Es la esperanza que mueve ideas, anima voluntades, incita compromisos y despierta anhelos, desde donde nos encontramos y desde lo que hacemos. Es la llama encendida que conmueve la inteligencia y acelera las palpitaciones del corazón, porque se tiene la intuición de grandes y nuevas posibilidades que sólo la praxis activa y crítica puede convertir en realidad. La llama encendida que la derecha política y los jerarcas del gran capital, en su apresurado y sudoroso acercamiento al nuevo Presidente, intentan apagar para convertir este proceso político, en un nuevo proceso más, sin ganadores ni perdedores, natural, sin alteraciones, sin incertidumbres, sin riesgos ni “saltos al vacío”, para preservar sus grandes y egoístas intereses. Si en la primera “vuelta electoral” los intereses egoístas del capitalismo neoliberal y toda la prensa amarilla, presionaron al candidato Ollanta para diluir y potabilizar su propuesta programática, movilizando todas sus guardianías ideológicas hoy, esos mismos intereses, comienzan a presionar también para incluir en el Poder Ejecutivo a sus propios representantes. La exigencia, por ejemplo, porque el Presidente electo, incluso antes de recibir las credenciales del Jurado Electoral, determine al Ministro de Economía y al Presidente del BCR, es parte de esta estrategia derechista de cooptación ideológica y política que los ciudadanos de a pié no debemos dejar pasar.

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