Interculturalidad y conflictos sociales en el Perú


Los conflictos socioambientales desatados en la región de Puno, así como en otras regiones andino amazónicas del Perú, están expresando un transfondo sociocultural y político escasamente percibido desde cualquiera de las orillas culturales con que se los viene observando y analizando hasta la fecha: sea desde la orilla cultural criollo-mestiza o desde la orilla originaria indígena, porque el enfoque desde el cual se parte y en el cual se fundamentan las explicaciones es un enfoque, en su más honda realidad, monocultural.

La realidad peruana, en su trama sociocultural insondable, es una realidad de múltiples y significativas conexiones generadas, impulsadas y alimentadas por los ejes sustentatorios y distribucionales del sistema dominante capitalista y el poder económico y simbólico de la gran burguesía internacional y en el Perú. Los sucesivos procesos migratorios que acontecen a lo largo del siglo XX, en especial luego de los años 50, y hasta la fecha, que reconfiguran el rostro social y cultural del Perú, han profundizado y ampliado esta realidad simbiótica y han conducido a las ciencias sociales a construir conceptos que den cuenta de la misma, como los conceptos de “cholificación”, multiculturalidad, pluriculturalidad, sincretismo, hibridación y, más recientemente interculturalidad; lo que quiere decir que, entonces, estamos hablando de sociedades y culturas que, por factores internos e impuestos, se han venido modificando y enriqueciendo en un proceso contradictorio y conflictivo que nunca ha de concluir porque su característica más importante es, precisamente, la de construirse y definirse en el proceso de su actividad, de su praxis y de su transformación. Las culturas no expresan una esencialidad predefinida o ex ante, que no existe, sino un hacerse y rehacerse permanentemente en toda la gama experiencias de actores sociales, relaciones, conceptos y símbolos que las constituyen.

Desde esta perspectiva, en consecuencia, somos un país, en lo general, intercultural factual y asimétricamente, es decir constituido por relaciones culturales jerarquizadas de dominio-subordinación donde los que tienen más poder y expresan el poder económico y simbólico de las clases dominantes, tienen la voz más fuerte, cantante, audible y “convincente” que los que tienen menos poder, por la sencilla razón de que, al final de cuentas, el poder económico que garantiza el poder político en una sociedad, es el que determina en última instancia el sentido y la calidad de las relaciones interculturales entre los actores sociales diferentes. Una mirada eminentemente culturalista, y peor “esencialista” y fundamentalista, no agota toda la trama conflictual de lo que hoy viene sucediendo en el país, desde el momento en que las culturas son la expresión de seres humanos que, al mismo tiempo, son la expresión de relaciones socioeconómicas históricamente construidas que es preciso conocer y analizar en toda su concreticidad.

En consecuencia, si el dominio-subordinación cultural de las poblaciones originarias andino-amazónica tiene su sustento en el domino-subordinación económico y, consiguientemente, político, la superación de este dominio en el marco de una interculturalidad normativa (de proyecto, de propuesta y de utopía) como todos quisiéramos, implica obligadamente un proceso de superación de las desigualdades e inequidades en el espacio duro de la economía y la política. Lo que nos conduce a pensar que la praxis de una interculturalidad normativa no es sólo, como los hechos lo vienen demostrando, de un diálogo románticamente puro y virginal, sino de un hacerse escuchar con fuerza y gritos, también, que conduzcan, en primer lugar, a la superación de las desigualdades económicas y, por lo menos, en las actuales circunstancias, a la morigeración de las condiciones de explotación, sobreexplotación y dominio de las poblaciones originarias andino amazónicas, mediante políticas económicas y sociales nacionales, regionales e institucionales pertinentes y sostenibles en el tiempo como en el espacio. Considerar que la superación de esta desigualdad sólo podría ser fruto de un manejo adecuado de lo cultural, además de ser una posición equivocadamente culturalista, es una posición inefectiva en la práctica política.

Uno de los problemas graves relacionados con los conflictos socioambientales que vivimos en Puno y gran parte del país, que más que denotar la crisis del modelo socioambiental de las clases dominantes, ponen en tela de juicio el propio modelo civilizatorio de dominación de estas clases sociales, es, por ende, la naturaleza de las relaciones interculturales fácticas (de hecho) configuradas a lo largo de nuestra historia republicana, signadas por el dominio de la cultura occidental y su pensamiento eurocéntrico, sobre las demás culturas originarias existentes en el Perú; en cuya dinámica la clase política en el poder, orgánicamente genuflexa ante el poder económico y su racionalidad mercantil, ha venido traduciendo simbólica y racionalmente el interés económico de los grupos dominantes, en la ideología hecha sentido común del “mendigo sentado en un banco de oro” y del “perro del hortelano”, que se complementan perfectamente, porque al ser el Perú un país rico en recursos naturales, aunque pobre en las condiciones de vida de la gente, sólo queda explotarlos económicamente (los recursos) para que, supuestamente, todos estemos bien; de manera tal que todo aquel que se oponga a dicha tarea (como los “primitivos” a los que se refiere Alan García en una penosa declaración periodística reciente) es un anacronismo social que “no come ni deja comer”, o que no explota ni se deja explotar.

¿Cómo la interculturalidad asimétrica se procesa en el pensamiento y el sentido común de esta ideología? En la racionalidad logocéntrica, pragmática, objetivista y de ética utilitarista que los gobernantes y los técnicos del capital y sus cajas de resonancia provincianas, desenvuelven culturalmente e introyectan en la mente de la “otredad” social y cultural, para vencer sus resistencias culturales y sociales y conquistarlas subjetivamente, a fin de abrir libre curso a los proyectos económicos y sociales del capital y toda la enorme rentabilidad económica que ello conlleva. Es lo que por muchos años han venido haciendo las clases dominantes elitarias en su afán de apoderarse materialmente del país, por ejemplo, a través de sus políticas económicas y sociales, las leyes y normas, los medios de comunicación y la educación en todos sus niveles, arrinconando, circunscribiendo y aprovechando, también, la cosmovisión, el pensamiento, los valores, las necesidades e intereses de las poblaciones culturalmente diferentes y económicamente sometidas.
En un proceso de lucha por una interculturalidad normativa, por el contrario, clases dominantes y el Estado elitario se ven impelidas al reconocimiento y respeto discursivo y práctico de la diversidad y la convivencia con ella; al intercambio de subjetividades; y a la elaboración de conclusiones que no siempre pueden ser las mismas.

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